17 de agosto de 2009

Unas elecciones para calmar conciencias


Aplazadas de primavera a pleno verano por “cuestiones de seguridad”, las elecciones en Afganistán tienen mucho de instrumento para la propaganda occidental y poco de herramienta democrática para la elección del gobierno del país.

Afganistán cuenta en su haber con todos los condicionantes que hacen de un proceso electoral un elemento inservible: analfabetismo mayoritario, corrupción y debilidad institucional (si esa palabra define algo en el escenario afgano) fomentada por el terrorismo y el cariz de imposición extranjera que rodea al actual gobierno de Karzai. De este modo, lo que el próximo día 20 elegirán los afganos será a un presidente títere de intereses foráneos, impotente en su territorio por la fragmentación del país en feudos tribales y, por tanto, con un liderazgo inexistente y a merced, bien de políticas extranjeras, bien de corruptelas internas, sino de ambos.

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Las elecciones afganas reflejan su inutilidad
en países de semejante flaqueza institucional
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Por ello, la celebración de estas segundas elecciones democráticas en el país lejos de ser una noticia para el optimismo revela la insignificancia de estos procesos en situaciones de semejante flaqueza. Y esa premisa nos deja cerca de concluir que, por encima del elemento organizador de los comicios, lo que se pretende alcanzar es un triunfo que ofrecer a opiniones públicas dudosas del papel de sus ejércitos en tierras remotas, con lo que el medio vuelve a convertirse en fin.

Así que la comunidad internacional, suponemos, estará el jueves con el corazón encogido, esperando que el tópico de la “normalidad” haga olvidar la cantidad de mujeres que no han votado o lo han hecho con el consentimiento de sus maridos, los atentados con víctimas por debajo de la decena (aún asumibles), o la contrapartida a la que ha accedido el jornalero al sur del país por hacer lo que su señor ha considerado correcto.

Vamos, lo que se dice una fiesta de la democracia.

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