Las disertaciones de los diputados sobre el calendario de trabajo que rige el Congreso son tan recurrentes y temporales como las noticias sobre el calor en verano y la vuelta al colegio de lo escolares en septiembre. Lejos de plantear e insistir en alguna medida que aleje la fortaleza del tópico sobre el trabajo de sus señorías, la justificación se queda en declaraciones de buena voluntad y nulo propósito de enmienda.
Así, todo se resume en que (parafraseando) “la actividad de los diputados va más allá del hemiciclo” y en que “es falso que la política sea una casta con grandes beneficios”, oraciones que chocan con la percepción pública del asunto y, por tanto, con nulas posibilidades de ser tomada como cierta en cualquier debate público. Por tanto, ¿no debe conducir esta digresión a una breve reflexión?
En mi opinión sí debería, pues la inexistente toma de decisiones al respecto pone de relieve, precisamente, la validez del tópico que se pretende desmontar. El proceso mental se parecería al siguiente:
Si los políticos trabajan más allá de lo publicado y, por tanto, se quejan de la equivocada percepción sobre sus cometidos pero, sin embargo, no hacen nada por cambiarlo… ¿les interesa poco su imagen pública como grupo?, ¿viven la política como una actividad funcionarial en su sentido más pernicioso?, ¿o, simplemente, se toman este asunto como una “serpiente informativa estacional”?
Por tanto, expliquen sus actividades. Podrían empezar por comprometerse con la idea de Joan Ridao (ERC) entre otros, de reformar el reglamento para promover más sesiones plenarias. Y por regular la actividad del lobbying, que copa buena parte del tiempo de los diputados y está sumida en las tinieblas por la negativa de los grupos a desarrollar la proposición no de ley sobre el tema que fue aprobada en 1993.
Hasta entonces, el camino a la crítica facilona en forma de hemiciclo semivacío, continuará siendo una bala en la recámara de los medios de comunicación. Y lo seguirá siendo mientras la política continúe olvidando su capacidad para liderar procesos y sumarse a los que suceden a su alrededor. A estas alturas ya no es una oportunidad, sino una obligación.
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