Con fría precisión suiza, Barack Obama se ha llevado su primer gran varapalo desde que ganara las elecciones hace exactamente un año. Desde que jurara el cargo el 20-E había encontrado serias dificultades en la aplicación de varios de sus proyectos más ambiciosos, insignes durante la campaña electoral y que, en buena medida, le ayudaron a la victoria. Básicamente, su anunciada estrategia política pasaba por tres frentes:
-Las guerras en Irak y Afganistán.
-Hacer frente a la recesión.
-Acometer la prometida reforma sanitaria.
Obama sólo ha podido respirar, y con dificultad, en el segundo de esos tres grandes temas, porque tanto en su política exterior como en la reforma sanitaria se encuentra estancado. A que ambas cuestiones se hayan convertido en un lodazal para la Administración Obama contribuye la dureza con la que se ha empleado el Partido Republicano, solventando la falta de un liderazgo visible en torno a la unión y la cohesión frente al rival político.
Es por ello, que los resultados de las elecciones celebradas ayer, sí dan para al menos dos lecturas:
-La primera está referida al espectro ideológico en el que se mueve el votante estadounidense. Si bien la campaña de Obama rompió moldes por su transversalidad, los comicios de ayer apoyan la idea de que una mayoría de electorado norteamericano es de tendencia conservadora, entendiendo el término como cercanía al Partido Repúblicano y no en el sentido dado desde la Europa continental.
La historia electoral del país dice que los republicanos han vivido en la Casa Blanca 28 de los últimos 40 años, lo que determina que, al margen de los éxitos de cada una de las administraciones, los americanos son más comprensivos con los errores republicanos que con los demócratas.
-Y la segunda se refiere a la fortaleza de los elefantes. Una mirada atrás así lo revela: derrota electoral hace 12 meses; ausencia de liderazgo visible; incertidumbre en cuanto al futuro electoral del partido. Y, sin embargo, con la cohesión interna suficiente como para renacer electoralmente en tan poco tiempo. Los republicanos han hecho de la necesidad (un líder), virtud (muchos altavoces) y ha utilizado sus terminales mediáticas más favorables (Fox News) como arma arrojadiza sobre el Gobierno demócrata, quien por su parte ha pagado el precio de la responsabilidad ejecutiva. Por resumir, en el caso de Obama vemos que el desfase entre la poesía de la campaña y la prosa del gobierno ha calado significativamente entre los norteamericanos.
Por eso, desde la Casa Blanca se insinúa un cambio de ritmo político y objetivos. A un año vista de las elecciones legislativas, Obama necesita afinar en su acción política y ofrecer resultados inmediatos que ayuden a remontar a la Administración y a mejorar sus resultados en el Congreso y el Senado para gobernar sin tantas ataduras.
Pese a todo, no deberían caber extrapolaciones respecto al resultado de ayer. La política no se basa en procesos coherentes y rachas indefinidas. La designación de un líder republicano normalizaría las “relaciones” entre ambos partidos y el contexto de fin de la recesión, ofrece una gran oportunidad al gobierno norteamericano para conseguir éxitos palpables.
Superado el trance de estos primeros meses de exagerada expectación, llega el momento de que Obama comience a poner su nombre al final de las políticas aprobadas que beneficien a los americanos.
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