Los 17 millones de venezolanos que eligen hoy a sus representantes municipales, acuden a una cita electoral que añade, además de las dudas que hemos venido manifestando, alguna complicación que acaba por generar cierto clima de desconfianza. Para empezar, el Consejo Nacional Electoral que con tanto afán defiende el frente chavista, encontrará un contrapeso en la figura de los 37.000 “supertestigos”, voluntarios que ejercerán como observadores del correcto desarrollo de las elecciones. Esta red, creada tras la publicación del resultado del referéndum de 2007 en el que 4.500 actas no fueron publicadas, pretende también insuflar confianza entre los electores y, así, disminuir la abstención.
En segundo lugar, las propias características de estos comicios invitan a la desconfianza. Dependiendo del estado, los electores tendrán que votar en la jornada de hoy, a entre siete y diez cargos de representación. Todo ello ante unas máquinas que restringen el tiempo del voto a tres minutos, por lo que es casi imprescindible acudir a la cita con la lección muy bien aprendida. Para ello, la oposición se ha encargado de “formar” a muchos de sus votantes, explicándoles el funcionamiento de esta tecnología. Además de este hecho, el volumen de cargos a elegir puede producir un recuento muy largo, lo que es igualmente preocupante.
Por último, el tono amenazante en las palabras del presidente Chávez, que sin presentarse ha dado más mítines que cualquiera de los candidatos de su partido y el hecho de que planteara estos comicios como una reválida de su mandato, provocan que sea mucho lo que se juegue el máximo mandatario venezolano y, por ello, existan dudas de si aceptará la previsible derrota que los sondeos le otorgan, entre cuatro y ocho gobernadores, puede que incluso en su Barinas natal. Actualmente, Chávez controla 20 de los 22 estados venezolanos.
En resumen, una suma de dudas inasumible para el correcto funcionamiento de una democracia y que sólo sirven para sembrar el terreno de un futuro marco de conflictividad social y división entre los ciudadanos. Quizá evitar esa brecha que acaba por generar frentes cuando deberían existir tendencias, sea la principal responsabilidad que haya que exigirle a un político y, en el caso de Chávez, su retórica y sus actuaciones están lejos de contribuir a la conciliación.
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