5 de mayo de 2009

El colapso moldavo y la Unión Europea


En plena precampaña electoral para las elecciones al Parlamento europeo, las dudas sobre el futuro de la Unión se acrecientan. Al reto de integrar Turquía en la organización se añaden las esperanzas, no exentas de cálculo político, de otros países (Macedonia, Croacia, Islandia, Moldavia) por formar parte de la alianza europea, en un momento de revisión interna tras el no tan anciano proyecto de Constitución europea que terminó en fiasco mayúsculo. La lección de escaso nivel democrático que supuso la ratificación del posterior Tratado de Lisboa, sin consulta popular, que actualmente rige los designios de la coalición ni incidió en mejorar la carta de presentación de la UE a nivel internacional, como tampoco sirvió para la reafirmación interna.

A la disensión ya instalada en las instituciones europeas se añaden los problemas de la Unión para establecer unos sistemas de entrada a la misma que no parezcan arbitrarios y, por tanto, no deslegitimen su papel como actor internacional, ya bastante mermado hoy en día. Aunque no en exclusiva, el principal reto de la UE para con los candidatos a formar parte de la coalición consiste en hacer valer su influencia para que éstos solucionen sus problemas, muchos de ellos derivados de conflictos fronterizos y territoriales. Tal es el caso de Macedonia, Turquía y Moldavia. En este último, la UE lleva a cabo una misión fronteriza que pretende acabar con el contrabando a través de la región de Transdniéster, de población pro-rusa, y eso supone para la UE, además de la influencia en el terreno, el desafío de medirse al ex gigante soviético. Y quizá en ese contexto, deba entenderse el papel de la UE en las pasadas elecciones parlamentarias celebradas en Moldavia el pasado mes de abril.

Pese a las sospechas de un proceso electoral fraudulento y las revueltas callejeras posteriores, hay pocas cosas claras. Desde quien habla de que las protestas se ciñeron a la crítica por las “irregularidades” de los comicios, hasta quien ve en ellas una estratagema del propio Partido Comunista (su líder, Vladimir Voronin, en la imagen), dada la facilidad con la que los manifestantes alcanzaron el Parlamento y la Presidencia.

Sobre lo que no caben dudas, es acerca de la respuesta de la Unión, que ha preferido pronunciarse por boca de sus observadores internacionales en términos de “absoluta normalidad” en el proceso electoral. Tampoco las hay, y lejos ya de la respuesta internacional, de la realidad institucional moldava tras las elecciones. Los 60 escaños logrados por el Partido Comunista resultan un número insuficiente para la designación del próximo presidente y los partidos de la oposición ya han anunciado su intención de bloquear el proceso de votación, por lo que Moldavia se asoma al colapso político, además del social y económico en el que ya se encuentran.

Por tanto, cabe preguntarse qué debe hacer la UE. No se trata ya sólo de su papel en una Moldavia dirigida por escépticos y reticentes que ven en la alianza sólo una oportunidad económica, sino respecto a las señas de identidad que sustentan la Unión y que parecen cada vez más debilitadas. Aunque resulto duro, puede que detrás del acuerdo económico primigenio entre los países miembros no haya nada. O sí.

En todo caso, urge auditar el estado de los 27, porque los problemas internos afectan ya a su pérdida de credibilidad como interlocutor a escala global; ni se consigue aplacar a Rusia, ni se convence a Estados Unidos, que comienza a mirar más allá del Viejo Continente, consciente de la dificultad para establecer un diálogo en el que no quepa un matiz por cada nacionalidad.

(Nota informativa): Tras el recuento de los votos en las pasadas elecciones legislativas moldavas, exigido por la oposición al Partido Comunista, el resultado inicial se mantiene.


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