27 de junio de 2009

Los miedos del mundo


Obama sufre para encauzar las aventuras bélicas de su predecesor; Brown pende de un hilo que se romperá, previsiblemente, en las próximas elecciones británicas; Merkel, aunque gana, está cuestionada por su inacción frente a la crisis; la fortaleza de Sarkozy va unida al parangón de los acontecimientos mediáticos que organiza; y de Berlusconi, mejor no hablar. Todavía. Porque la pestilencia que desprende la democracia italiana merece ser tenida en la consideración necesaria como para que pase de largo. No extraña, volviendo al tema, que con puntos de partida tan poco esperanzadores, las reservas de los líderes de algunas de las potencias mundiales se acrecienten dando paso, en materia internacional, a un lenguaje vacuo y perfectamente inútil.

Para ser estrictos y poner un punto de partida definible, podríamos decir que Irán lleva riéndose de su pueblo y de la comunidad internacional los últimos 15 días. Sorprende, pues el país de los ayatolás se ha revelado como un régimen de la fortaleza de un castillo de naipes y que, incluso en su teocracia, es incapaz de mantener el orden y la convergencia de ideas, o más bien, idea. Con todo, la situación ante la que nos encontramos es la de una nación nuclear en potencia agujereada y, debido a ello, peligrosa, y con una respuesta internacional inexistente, pues deambula entre los incompatibles terrenos de la moderación y el compromiso.

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Lo que asusta al mundo son las consecuencias
de defender sus valores sin pedir perdón primero
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El hecho de Irán desvela que el resto de naciones que pueden llamarse democracias tienen en poca estima a valores como la libertad, pues han dejado escapar la oportunidad de criticar abiertamente a un régimen opresor y, como hemos visto, corrupto. Hemos pasado tanto tiempo queriendo no ofender al extraño que hemos convertido nuestra propia ambigüedad en una manera de ofensa aún mayor. Y como mencionó José Ignacio Torreblanca, hemos hecho de la democracia un concepto discutible.

Lo que asusta al mundo, o más bien a la parte que formamos, es encontrarse en la tesitura de defender sus valores sin pedir perdón primero, pues advierte que le creará problemas. Pero lo que parece ignorar es que las tácticas de apaciguamiento, además de mostrar el lado más inoperante de las burocracias occidentales, no sirven más que para calmar las conciencias intranquilas y para consagrar los síndromes de Diógenes de algunos mandatarios.

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