19 de noviembre de 2008

La desregulación chavista

En estos días de cumbre mundial anticrisis y cierta tendencia al debate ideológico sobre la economía global, aprovecho uno de los clichés más empleados para referirse al colapso que padecemos; la desregulación. Ése es el mal que se le achaca a la Administración Bush, aunque el presidente electo, Obama, haya extendido las culpas más allá del gobierno republicano.

En todo caso, no es mi intención hablar de economía. Sí de un mal que castiga de forma incesante a Venezuela y del que su presidente, Hugo Chávez, se inhibe. El país caribeño es el más castigado por el azote de la violencia de toda América Latina. Según el Informe Latinobarómetro de este año, un 57% de los venezolanos considera que la inseguridad es el principal problema de su país. Para completar el panorama, el Observatorio Venezolano de Violencia ha cifrado el aumento de homicidios en la década chavista. En ese plazo se ha pasado de 4.550 muertas violentas a 13.200. (En la imagen, el presidente Chávez abraza a uno de sus hermanos).

El desamparo ha servido, como no podía ser de otra manera, para que se hayan creado poderes paraestatales que ocupan los espacios que, bien el gobierno no ha querido ocupar, o bien no ha podido. Sea como fuere, de nuevo vemos un interesante caso de recreación de un mundo a través de las palabras. Chávez, conocido además de por su programa “Aló presidente” por sus habituales arremetidas contra el todavía presidente Bush, así como contra el mandatario de Colombia, Álvaro Uribe, entre otros, aleja el foco de la lamentable realidad violenta del país que preside para presentar un mundo que debe entenderse únicamente en clave ideológica y de confrontación; conmigo o contra mí. En esa tónica, que es también un mensaje del miedo en el sentido en que se identifica un enemigo extranjero (Estados Unidos frecuentemente), la retórica es utilizada como casus belli y, por tanto, justifica cualquier proclama o medida que el gobierno de la nación tome en su defensa y que con total frecuencia no obedecen a otro fin que al enriquecimiento de los poderes públicos y no a las necesidades de la población.

La cuestión que subyace a este hecho es una pregunta que ha traído de cabeza a no pocos profesionales interesados en el sector de la comunicación: si aceptamos la premisa de que el gobierno venezolano da la espalda a una realidad tan evidente, ¿cómo es posible que Chávez cuente con el respaldo de la mayoría? Sin entrar en la cuestión técnica acerca de los métodos de recuento que el Consejo Nacional Electoral utilice y sus deficiencias, el ejemplo venezolano es sólo uno más. Podríamos preguntarnos también el motivo por qué muchos estadounidenses de clase media-baja apoyan al Partido Republicano si sus propuestas económicas son normalmente contrarias a estas personas. El profesor Lakoff, citado en el blog sobre Estados Unidos, explica con certeza este hecho justificando esa biconceptualidad de muchos venezolanos con el hecho de que las personas no votan propuestas, sino valores. Y, de ahí, que los mensajes políticos de éxito traten uno o varios valores. En definitiva, lo que Lakoff dice es que de nada sirve decirle a la gente la verdad si su mente no está preparada para asimilarla como es debido. Entre la oposición chavista parece haber cundido esta idea hoy ya ampliamente respaldada y quizá el éxito en el referéndum constitucional de hace un año deba entenderse como la aplicación de esta idea.

En un buen número de países, pero quizá en Venezuela con más gravedad por la adopción de ese mensaje bélico, la certeza de las palabras del autor de "No pienses en un elefante" se hace más patente que nunca, mientras media población venezolana ha declarado haber sido víctima en alguna ocasión de un delito.

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